Cuando Heidi Kooy compró sus dos cabras nigerianas enanas el año pasado, estaba llena de fantasías sobre la leche fresca, queso, yogurt y heladohechos en casa.
No obstante, admite que criarlas en su jardín en San Francisco tiene sus retos. Las cabras destrozaron su árbol de nectarinas tigre blanco, royeron los postes de secoya de la barda, se atiborraron de sus parras, se tragaron sus rosas victorianas para té como si fueran dulces y arrancaron la estera impermeabilizadora bajo el revestimiento...
exterior de la casa. Vive a cerca de un kilómetro de la Interestatal 280 en el distrito Excelsior de San Francisco, en la calle donde están Taqueria La Iguana Azul y Geneva Pizza, en una manzana de casas color pastel estilo Marina que se levantan una junto a la otra. Renuente a atraer la mirada de los vecinos, mete regularmente a los animales en su automóvil y los lleva al parque John McLaren, a más de un kilómetro de distancia, para que hagan ejercicio.
Y en septiembre, una de las cabras pasó varias semanas cubriendo a Kooy de moretones y rasguños cada vez que se acercaba a la ubre, una experiencia que describió en su blog como “el puro infierno del ordeñe”.
Kooy, una vivaz contratista general con 41 años, no se inmuta. “Creo que tenemos que relajar los muros culturales que relegan a la agricultura al campo, y eso incluye al ganado menor”, comentó una reciente mañana de viernes, caminando ruidosa y pesadamente con botas de hule por el jardín de 93 metros cuadrados, donde también cuida vegetales orgánicos, seis árboles frutales y cuatro gallinas ponedoras. “Es parte de replantearse la producción de alimentos en el paisaje urbano. Hay que mantener limpias las cosas”.
Las cabras lecheras se están convirtiendo en la siguiente frontera para algunos urbanitas ansiosos de producir sus propios alimentos. Aunque es ilegal tener animales en la mayoría de las ciudades, incluida Nueva York, Kooy desenterró una cláusula del departamento de salud de San Francisco por la que se permiten dos cabras por hogar, y los aspirantes a criadores de cabras en Portland, Oregón, y Berkeley, California, se emocionaron al descubrir ordenanzas similares, amigables con ellas. En otras ciudades, los entusiastas cabildean para conseguir regulaciones menos severas.
Sin embargo, a pesar de los mejores esfuerzos de los aficionados, parece poco probable que las cabras logren tener la popularidad que consiguieron en los últimos años las gallinas en los patios traseros y las abejas en los techos. Incluso, en ciudades y pueblos donde se permite tener a esas criaturas, la idea de tener como vecinos a rumiantes que balan cruza una línea, para muchos habitantes y funcionarios públicos que los consideran sucios, ruidosos, apestosos o simplemente antiestéticos.
Brooke Salvaggio y su esposo Dan Heryer, ambos de 28 años, habían estado cultivando en el jardín trasero de la casa del abuelo de ella, en una zona residencial de Kansas City, Misuri, durante dos años antes de introducir tres cabras miniatura en la propiedad de una hectárea, en 2009. Fue sólo cuestión de meses para que se presentara el departamento de control de animales del ayuntamiento y los multara con 300 dólares.
La pareja solicitó una licencia, lo que llevó a una acalorada audiencia en el ayuntamiento, donde, recordó Salvaggio, “todos estos vecinos con los que nunca habíamos hablado salieron de su letargo y daban estos testimonios realmente terribles”.
Una de ellos, Kathleen Oades-Kelly, una terapeuta cuyo jardín trasero linda con la granja improvisada, dijo que está alarmada por los molestos ruidos y olores de los animales, así como por la posibilidad de que haya algo así como nueve crías en la primavera una vez que se apareen las cabras.
A John Kelly, el esposo, le inquieta que las cabras pudieran propagar parásitos en el barrio, y se lamentó que podía verlas desde su veranda con malla de mosquitera cuando toma café y lee los periódicos en los meses cálidos.
A otros vecinos les preocupaba que las cabras pudieran afectar el valor de su propiedad. El ayuntamiento votó contra permitir que Salvaggio y Heryer las conservaran.
“Las cabras hacían mucho ruido y molestaban a las personas”, señaló Bonnaye Mims, una integrante del consejo de apelaciones sobre el mantenimiento de las propiedades en Kansas City, el cual consideró el caso. “Si se hubiera tratado de una zona agrícola – y sí tenemos áreas como esas aquí, con caballos y vacas _, habría dicho que estaba bien. Pero, simplemente, no tenían espacio suficiente para hacerlo”.
Se exilió a las cabras a una granjita en la zona rural de Kansas. Salvaggio y Heryer, entre tanto, compraron un predio de 5.3 hectáreas junto a un patio de camiones de carga en otra parte de Kansas City y lograron la aprobación de su petición para que el ayuntamiento reclasificara la propiedad de uso residencial a agrícola. Mudaron su granja y llevaron legalmente a sus cabras en octubre.
Se desconoce la cantidad exacta de ciudades en las que es lícito tener cabras, aunque directivos de organizaciones y registros nacionales de cabras estiman que es reducida, en comparación con docenas de ellas y pueblos donde ya es legal tener gallinas y abejas.
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