Las bacterias son una de las formas de vida más simples de toda la Tierra, pero no por ello dejan de ser esenciales para la ciencia. De hecho, además de estudiarlas en sí mismas para conocerlas mejor y diferenciar unas de otras, la ciencia las toma como organismos modelo para realizar sus experimentos, y conocido es el caso de la E. coli, que es una de las más utilizadas en experimentos... científicos.
La microbiología da un paso interesante hoy en lo que se refiere a bacterias, pues se ha descubierto que estos organismos tienen capacidad del olfato y por ende pueden reconocer los químicos volátiles presentes en el ambiente, lo cual aumenta notablemente el grado de complejidad que asociamos a estos organismos.
El mérito es de Reindert Nikland y Grant Burgess, investigadores de la Universidad de Newcastle, quienes han experimentado con la bacteria B. Licheniformis para comprobar su sentido del olfato.
Para ello las hicieron crecer en diferentes medios para que se multipliquen, algunos de ellos ricos en nutrientes y otros que permitían el crecimiento de biofilms, ecosistemas microbianos generados por las propias bacterias.
La observación fue que las bacterias aisladas solían formar biofilms de forma espontánea, mientras que las cercanas a las bacterias bien alimentadas formaban mayores cantidades de biofilm, y con ello liberaban mayores cantidades de amoníaco que las demás.
¿Por qué ocurría esta diferencia? Los investigadores creen que el responsable es el amoníaco presente en el aire, el cual era captado por las bacterias a través de su olfato que les permitía reconocer la presencia de amoníaco de forma directa.
Las bacterias ya habían demostrado tener la habilidad de reaccionar a la luz en analogía a nuestro sentido de la vista, y también cambiar sus genes al enfrentarse ante ciertos materiales, en analogía al sentido del tacto.
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